Ciudad lineal / Ciudad ideal, por Nicolás Sanchez Durá.

Siempre en los márgenes de la actividad galerística de la ciudad de Valencia —aunque alguna relación tuvo con la extinta galería Temple y la galería Rita García—, Marcelo Fuentes, caso verdaderamente singular dado los tiempos que corren, ha logrado en la última década dejar tras de sí un trazo que muchos han seguido con atención expectante. Este curso, Una Ciudad, su reciente exposición en la Sala de Exposiciones de la Universidad de Valencia, sorprendiO a todos por su belleza serena y delicada. El Edificio Ferca, fábricas abandonadas del Camino de las Moreras y varias fincas urbanas peculiares —ese notable resultado de las inversiones inmobiliarias de la renta del capital agrario en las primeras décadas del siglo en la ciudad de Valencia—, desfilaban en pulcros óleos, acuarelas y dibujos a lápiz o carbón, todos ellos de pequeño formato. De estos últimos ya se tuvo un avance premonitorio en la exposición de dibujos que poco antes pudo verse en el Café Malvarrosa, esa suerte de Salón de los Rechazados que regentan Toni Moll y Estela en la capital del Turia.
Y el caso es que pintar una ciudad se ha convertido en una actividad extraña cuando Gabriele Basilico, Robert Franck y Raymond Depardon fotografían Beirut; Greenhaus, Reed, Webb y otros fotografian Madrid o Barcelona —por citar exposiciones que se han visto en nuestro país—, o fotógrafos como Axel Hiitte y Forg hacen de la arquitectura y las ciudades su único tema. Sin embargo, Marcelo ­pintando una ciudad parece que cumpla un aplazado ajuste de cuentas con aquella camera obscura —probablemente utilizada por Jan Vermeer para pintar la Vista de Delft— que se transformó con el tiempo, Niepce y Daguerre mediante, en cámara fotográfica.
Ajuste de cuentas en consonancia con Ia opinión expresada por uno de los pintores más tempranamente cautivados por la fotografía: Delacroix. "No hay que olvidar —dijo el francés— que la daguerrotipia no debe ser considerada más que como un introductor encargado de iniciarnos mejor en los secretos de la naturaleza, ya que, a pesar de su asombrosa realidad en algunas partes, todavía no es sino un reflejo de lo real, una copia, en alguna medida falsa a fuerza de ser exacta". Así que Marcelo toma, por decirlo en términos de una historia que no deja de tener curiosos episodios, el camino de Monet cuando, desde las ventanas del apartamento de su amigo el gran fotógrafo Nadar, pinta otra ciudad: el Boulevard des Capucines de Paris.
Pero traer aqui al pintor de Impresion, sol naciente no contradice en nada la confesión de Marcelo Fuentes de querer situarse entre Edward Hopper y Morandi. Porque los tres —con diversas maneras- ­diríase que coinciden en el diagnóstico de, por lo menos, una de las causas de aquella falsedad que, paradójicamente, descansaba en la exactitud: la ausencia del correr del tiempo, que hace de las ciudades y de cualquier otra cosa sabiamente pintada no una instantánea sino vida vivida, con afectos y emociones, con melancolía y nostalgia. Pero, es cierto, la fotografía acabó aprendiendo las enseñanzas de la pintura.
Ahora Marcelo, en la exposición de la galeria Estampa pinta de nuevo Valencia y también Nueva York. Los cuadros de esta última ciudad, algunos de los cuales pudieron verse en Arco en el stand de la citada galería, resumen su método: pintura y dibujos "au plein air", apuntes y fotografías para el trabajo en el estudio. Al cabo, las dos ciudades no se muestran tan diferentes porque cada una, según su medida, no es mas que la expresión de un ideal racionalista común a nuestra civilización, pero donde los hombres viven una vida de la que nunca podrá darse cuenta exacta sólo en términos de la geometría. Así, sólo cierto tipo de pintura, como Marcelo ahora, puede develar no ya las formas según las cuales aquella vida se organiza sino la rara substancia de la que se compone.

Nicolas Sanchez Durá

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